jueves, 19 de agosto de 2010

Días 20 y 21: McLeod Ganj

La María pasa la mejor noche en la India. Por fin, la suciedad en la habitación no existe. Desayunamos los 4 tranquilamente, y nos vamos de excursión a una cascada que nos han dicho que está a un poco menos de una hora andando.
Por el camino, atravesamos un par de pueblecillos más, uno con un templo que visitamos rápido e incluso con una piscina al aire libre en la que hay gente bañándose con mucha alegría. Por lo que nos dice la gente, hemos pillado el día bueno, llevaa toda la semana lloviendo y con niebla, hoy de momento domina el sol, aunque va variando continumaente. La parte final de la excursión se hace por un sendero que se emmpina un poco, bordeando un río, muy bonito, hay que ir pasando cabras que están instaladas en medio del camino.
Llegamos a la cascada, fotos de rigor y conocemos a otro par de vascos, estos de Donosti (Amaia y Sergio son de Bilbao, bueno de Galdákano), que se nos unen al grupo y nos hablan de otra cascada más lejana, por otro lado. La María ya tiene bastante de trekking y se queda tranquilamente en uno de los pueblecillos del camino, los demás seguimos en busca de la otra cascada, nos pasamos un par de horas cruzando bosques y aldeas, pero al final no damos con ella, además se ha ido nublando e incluso llueve un poco. Así que nos volvemos a comer a un restaurante que nos recomienda los de Donosti que llevan días por la zona.
Nos está encantando McLeod y sus alrededores, por primera vez en el viaje hacemos un cambio de planes, y nos damos cuenta que no hace falta volver en taxi a Amritsar y de allí coger un tren que tenemos reservado (y pagado).Preferimos renunciar a visitar lo que nos queda de Amritsar, cancelar el tren (que se hace por internet y nos devuelven el dinero) y sacarnos un bus para volver directos a Delhi. Nos sale mucho más económico, y además podemos estar más horas relajados en McLeod. Dedicamos un rato a hacer todo éso. Lo que queda de día lo dedicamos a pasear por McLeod e ir de tiendas. Nos pasamos un buen rato en una en la que Amaia se compra un cuenco tibetano especial para meditar y relajarse, muy interesante el tema.
Al día siguiente, Amaia y Sergio vuelven a uno de los pueblecillos donde reservaron unas sesiones de masajes y medicina ayurvédica. Nosotros nos quedamos por McLeod pero se pasa casi toda la mañana lloviendo fuerte y la tenemos que pasar por cafeterías tomando algo y viendo el paisaje, también es agradable.
Cuando despeja nos vamos al templo del Dalai Lama. En 1950, los chinos invadieron el Tibet: lo arrasaron, mataron cientos de miles de personas, quemaron más del 75% de los templos y ahí siguen maltratandolos mientras la comunidad internacional aún les pide perdón cuando algún ciudadano occidental se atreve a criticar la situación. Yo mismo he de reconocer que aunque sabía algo del tema, hasta que no hemos estado aquí no me he dado cuenta de la magnitud de la tragedia. Unos hijos de puta los chinos. Una de las últimas es que hace unos años murió el Pachen Lama (tercer monje más importante) y el Dalai reconoció por foto a un niño de 8 años como la reencarnación. Pues bien, los chinos metieron al niño y a toda su familia directamente en la carcel y ahí los tienen desde entonces. El pobre ya lleva más de 13 años como el preso politico más jóven de la historia. India, aunque a China no le hizo gracia, tuvo el valor de acoger a todo el exilio tibetano y ya llevan 60 años en McLeod Ganj conviviendo sin ningún problema y manteniendo simbólicamente el gobierno del Tibet.
El propio Dalai Lama vive en un complejo de edificios que es el que fuimos a visitar. Hay un templo, un museo, etc. Nosotros no tuvimos suerte pero Amaia y Sergio al día siguiente si que vieron al Dalai en un acto en memoria de los muertos por las inundaciones de Leh. El templo, muy interesante, había muchos monjes tibetanos que se agrupaban en parejas a debatir, cuando uno dice una idea buena da una palmada sobre el otro, como habría unas 50 parejas, continuamente se oían palmadas. Muy curioso de ver. También emocionaba ver rezando a señoras mayores tibetanas que seguron que babían pasado todas las calamidades que describía el museo (interesante pero muy duro).
Ya volvimos hacía el centro del pueblo, últimas vueltas y compras, nos reencontramos con Amaia y Sergio, tomamos unas galletas tranquilamente, nos despedimos y hacia el autocar.
El autocar en sí, para lo que es este país no me pareció demasiado cutre. Eso sí, tenía todo el morro abierto y los asientos mojados. De las 12 horas de viaje, lo que más respeto nos daba eran los primeros kilómetros, en los que había que bajar de los 2 mil metros en los que está McLeod, hasta una zona más llana que va hacia Delhi, por una carretera, que de subida con el taxi ya acojonaba. Lo bueno es que esta vez no llovia. En eso tuvimos suerte. Al final no es que esa primera fase del viaje fuera relajada, pero creo que fue lo mejor, el resto fue mucho más incómodo porque entre los baches y la velocidad del conductor, no paramos de pegar botes en todo el viaje. 3 o 4 veces, literalmente nuestros culos se despegaron del asiento, yo me pegué un par de cabezazos contra un ventilador pequeño que había más arriba.
Sin duda, el autocar era la mejor opción que teníamos para bajar a Delhi por circunstancias puntuales de nuestro viaje, pero no lo recomendamos para todo el mundo, y alucino con la gente (pocos) que lo utilizan como medio de transporte predominante en su viaje por la India.
A la media hora de viaje, nos tocó vivir otra de esas situaciones que ponen a prueba la paciencia de cualquiera. Ibamos en la penúltima fila del autocar, la última estaba vacía. En teoría el bus iba directo, con mayoría de turistas. Pero en una parada improvisada se suben dos indios con 5 cajas tamaño tele de tubo de 21 pulgadas que colocan con todo el morro detrás de donde estábamos sentados. A parte que no nos habría dejado reclinar los asientos, era directamente muy peligroso, Ante cualquier bache o frenazo las cajas podían salir disparadas hacia nosotros. Las turistas que había al lado se callaban, nos tocó montar un buen pollo. Decían que dentro solo había te, que no era peligroso. Si no nos llegamos a poner muy duros, no lo conseguimos, pero como ya llevamos mucho vivido por aquí, ya sabemos que en estas situaciones hay que ponerse muy duro y un punto desagradable o te toman el pelo. Conseguimos que cambiaran los planes y ninguna caja quedó colocada por allí peligrosamente.

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